

Claude Criquielion fue probablemente el mejor o uno de los mejores ciclistas belgas de los años ochenta del pasado siglo. Era un clasicómano, un rodador nato, no era un hombre de grandes vueltas, pero siempre estaba ahí en el top ten de toda competición a la que acudía. Era muy difícil superar el listón que habían dejado en la década anterior el Caníbal Merckx, Roger de Vlaeminck, Freddy Maertens o Lucien Van Impe por citar a unos cuantos. El ciclismo belga entra en la década de los ochenta sin un referente claro y meridiano en el que fijar su mirada.
Claude Criquielion fue Campeón del Mundo de Ciclismo en Barcelona en 1984. Fue su mayor hito. Militó siempre en equipos belgas. El Splendor y el Hitachi fueron sus señas de identidad en aquella década. Y tiene en su palmarés varias clásicas y vueltas pequeñas. Era, como la tradición de país imponía, un hombre de clásicas, un ciclista que sabía disputar, estar en la disputa de toda clásica, o campeonato del mundo que se precie. Gran ciclista fue el que hoy nos ha dejado. DEP.
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