
Inundan las calles de los pueblos con pancartas con mensajes idiotas e infantiloides, trufadas de mentiras y falsedades estudiadas, tratando como tontos a la ciudadanía. Dicen que les gusta vivir en el pueblo de turno, así como si pensasen que los que no son de su color político, les disgustase vivir o casi conminando a emigrar al que no comulgue con sus ideas. Cuando uno toca poder ya se cree investido de la razón absoluta y trata de patrimonializarlo todo, de acapararlo todo.

Es ahora cuando ese alcaldillo, que se cree un ser superior y que opta a la reelección no tiene ningún escrúpulo en utilizar salvajemente esos medios pagados con dinero de todos para hacer campaña para su partido. Se mueve como pez en el agua en el mundo de la apariencia, para tratar de hacer creer a sus conciudadanos que es él o el caos. No hay más opciones. Es increíble cómo el poder, aunque sea de un pueblo pequeño, puede hacer cambiar a un personaje y transformarlo en un sepulcro blanqueado. Nos movemos en un mundo en el que solo nos interesa la imagen, la fachada, el escaparate. Es lo único que decoramos para intentar convencer al ciudadano, para atraer al votante al redil. No tienen vergüenza en utilizar lo público, lo pagado con dinero de todos, para sus intereses personales, privados, particulares y partidistas.
Durante estos años, algún que otro alcaldillo, ha ido recogiendo y repartiendo soberbia, prepotencia e ira por doquier, a quien quiera que se ha atrevido a no reírle las gracias, a quien quiera que se atrevido a decirle que estaba desnudo, que era un don nadie, que no era un dios sino un pobre tonto, un ingenuo charlatán, que fue paloma por querer ser gavilán, como diría el mítico Pablo Abraira.
Desgraciadamente muchos candidatos, incluido alcaldes, se valen de la imagen para engañar a la gente, porque si rascamos dentro de sus cabezas vemos habitáculos vacíos, serrín en vez de materia gris. Son hábiles para vestir al santo en una sociedad en la que lo que prima es lo que vemos directamente por los ojos. Da igual lo que haya dentro, lo importante es el aspecto exterior.
Algún que otro cacique local se reviste de sabio en todas las materias porque el poder o la corona le dota de sabiduría, cuando en realidad es ignorante en todo y desprecia el conocimiento que puedan tener los técnicos en la materia, por considerarlos sujetos de segunda fila, inferiores en todos los sentidos. Son los pecados capitales de la soberbia y la ira, los que se hacen fuertes y aparecen cuando el poder hace acto de presencia. Desaparece todo atisbo de humildad o de respeto hacia el que piensa diferente. Aunque eso sí, en este país de charanga y pandereta, lo primero es aparentar devoción y piedad, yendo a misas o detrás de los santos, aunque después desees lo peor al que no te ríe las gracias. Forma parte de la idisiosincrasia y del adn de este país fariseo e hipócrita en muchos aspectos. El cainismo ha formado parte de la tradición política de este país. Ahora se denomina "y tú más".
Cuando Marco Vinicio (Robert Taylor) desfilaba triunfalmente con sus tropas frente a Nerón (Peter Ustinov), había un ayudante detrás que le decía: "Recuerda que eres un hombre, no eres un dios". (Quo Vadis, 1951, Mervyn LeRoy). Hay algunos alcaldillos que se creen reyezuelos en sus taifas y no son más que un excremento, excitados eso sí, por el fervor popular.
"¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento?". El Padrino III.
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