Esta Real está sembrando bien en los últimos años en Zubieta y al final se recogen los frutos de una buena cosecha. No es casualidad que chavales como Gorosabel, Zubeldia, Zubimendi, Guevara, Barrenetxea salten al primer equipo. El título de Copa es un premio al trabajo bien hecho, a la fe en la cantera de Zubieta, fe que ha plasmado un hombre de la casa como Imanol, quién ha surgido de ahí, de los equipos inferiores y mama la Real como nadie. Salvo ligeros cambios de un año a otro, este triunfo también lo es de Odegaard o de Willian José, quienes ayudaron al equipo a llegar a esa final.
En este siglo XXI tan multidisciplinar y cosmopolita en el mundo del deporte, es dificílisimo que un equipo menor consiga ganar una competición no ya internacional sino doméstica. El dinero lo mueve todo y el romanticismo ya se ha quedado atrás. Tiene mucho mérito llegar a una final o a dos como el Athletic con hombres de la casa y alrededores. Cada vez se tiene menos en cuenta las canteras y es algo que he reivindicado siempre; la identificación de la plantilla con la ciudad, con el equipo.
La Real ha de seguir en ese camino subiendo chavales del filial que se complementen con gente experimentada como Silva o Monreal y talentosa como Merino, Portu o Isak. Es la perfecta combinación para el triunfo. La Real mereció los elogios en esa Copa por el juego que desplegó. También lo ha hecho puntualmente en Liga al iniciarse esta temporada donde durante varias jornadas fue líder. El triunfo en la Copa es la culminación de un buen juego y de una buena cantera. Por una vez en el fútbol, el dinero no lo es todo.
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