Ahora que estamos acostumbrados en este país a que nadie dimita (nadie conjuga el verbo dimitir o este es un nombre ruso), a que nadie asuma sus responsabilidades, ya sean políticas o de cualquier otro tipo, me viene a la mente un caso en el deporte que me llamó la atención en su día y que probablemente para el común de los mortales pasó desapercibido, pero para este menda le tocó profundamente. Fue el caso de un entrenador de fútbol que se le ocurrió dimitir por los malos resultados deportivos de su equipo. Esto es algo de extraterrestres ahora mismo. Aquí nadie se va de un banquillo ni con agua caliente. Los tienen que echar (no cesar). Esta es la pequeña historia.
Corría el año 2000 cuando en la Liga de Fútbol, tras la jornada séptima la Real Sociedad destituye a su técnico, Javier Clemente. Sustituye en el banquillo al de Barakaldo, un hombre de la casa, el ex jugador Periko Alonso (padre del luego gran Xabi Alonso). Periko en su etapa como jugador fue un mediocentro defensivo caracterizado por su pundonor, su garra y su lucha constante, que le hicieron ser uno de los puntales de aquella Real histórica de las 2 Ligas. Como entrenador no había tenido mucha experiencia: Eibar y Hércules en Segunda y algunos equipos guipuzcoanos de Segunda B. Era la primera vez que cogía las riendas de un equipo de Primera y era nada más que su Real.
La pasión que Periko puso como jugador la trasladaba al banquillo como entrenador. Era todo un show ver cómo sufría y vivía cada partido. Recuerdo unas imágenes del Plus, de "Lo que el ojo no ve" en la que de lo nervioso que estaba en los partidos y en la forma cómo los vivía, Periko se arrancaba pelos del pecho y se los comía. Tremenda imagen. Periko Alonso entrenó tan solo 10 partidos aquella temporada a la Real, con un balance de 7 derrotas, 2 victorias y 1 empate. Tras esos 10 partidos la Real iba última de la clasificación. En ese momento sucedió algo inaudito. Periko presentó su dimisión. Alegó que había sido incapaz de hacer resurgir a la Real y ante los malos resultados obtenidos el responsable era él y asumía la responsabilidad renunciando al cargo. Anunció además que se retiraba de entrenador. Ya nunca más volvería a entrenar. Era tan grande el amor que le tenía al equipo de su vida que se apartó para no dañar ni ver sufrir más al equipo de sus colores. Ese gesto le ganó para siempre el cariño de la afición que siempre le reconoció la entrega y el sacrificio de este hombre de la casa.
Hoy en día es poco frecuente ver este tipo de historias porque el fútbol está mercenarizado y son muy pocos los entrenadores y jugadores que pueden sentir los colores realmente del equipo donde entrenan y juegan. Se pueden contar con los dedos de una mano. Cuando uno se ha criado y ha mamado, en la tierra, en el césped y en las porterías del equipo de su vida, sabes que tu corazón es de ahí.
Muchos hoy en día, políticos principalmente, podían tomar ejemplo de estos gestos. Sin duda alguna se agradecería en este mundo tan ruin, un poquito de humildad y de altura de miras y menos egolatría.
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