Parafraseando aquella famosa canción de ABBA, The winner takes it all, podría resumirse el sistema electoral estadounidense que esta pasada madrugada ha elegido al excéntrico magnate Donald Trump como el próximo 45º presidente de los Estados Unidos de América. A esta hora en voto popular gana Hillary Clinton por más de 200.000 votos de diferencia, pero es sabido que gana la elección quién acumula más votos electorales y Trump ha conseguido 306 frente a 232 de Clinton. El ganador en un estado se lleva todos los votos electorales de ese estado. Gana quien llega a 270 votos electorales. Ha sido una victoria clara y sin paliativos. No se puede decir lo mismo de lo que ocurrió en el año 2000 con Al Gore. Realmente los sondeos previos no se han equivocado mucho. Ha habido variación sólo en 3 o 4 estados que han desnivelado la balanza. Veamos cómo
Si uno observa cómo ha quedado teñido el mapa electoral estadounidense después de estas elecciones, ve que el color rojo con el que se distingue a los republicanos han ganado en más de 30 estados. Trump ha arrasado en los estados centrales (la América profunda) con porcentajes en algunos estados por encima del 60% de apoyo, en el sur y sureste del país. Mientras Clinton ha ganado en la costa atlántica norte y costa del Pacífico. La fuerza de Clinton reside en las grandes ciudades estadounidenses, Nueva York o Los Ángeles o las poblaciones más urbanas. Trump consigue sus apoyos en la América más rural, despoblada y menos populosa. Sin embargo, gracias a desnivelar la balanza en 3 estados tradicionalmente demócratas ha conseguido ganar.
La clave ha estado en los estados de Wisconsin (10), Michigan (16) y Pensilvania (20). Estos estados cercanos a los grandes lagos, tradicionalmente han votado demócrata, pero ahora han cambiado la tortilla hasta tal punto que la diferencia ha sido a favor del republicano por 1 punto, 3 décimas de punto y 1.1 punto respectivamente. Diferencias nimias y escasísimas que han producido un vuelco total. A ello también ha contribuido un tercer candidato, de un Partido Libertario, llamado Gary Johnson que ha arañado puntos 2 o 3 puntos en cada estado suficientes para perjudicar a los demócratas. Trump ha centrado su campaña en esos estados consciente de lo que se jugaba y consciente también del hartazgo de una población muy castigada por la crisis económica, la desindustrialización y el desempleo en las capas medias de la sociedad.
Como antes aludía, los sondeos previos han clavado la estimación de voto de Hillary Clinton. Vaticinaban un 47.7 % de apoyo y ha sacado un 47.7 %. Lo que no preveían era el voto oculto en esos estados clave que han terminado por elevar la intención de voto general de Trump hasta el 47.5 %, cuando ayer estaba a casi dos puntos. Ahí ha estado la clave del triunfo de este tipo.
No vale rasgarse las vestiduras cuando gana un tipo como Trump diciendo que la gente se ha equivocado. Estamos hartos de apelar a la bendita democracia, a las elecciones o a los referendums como la forma más justa de representar lo que piensa el pueblo, y cuando ocurre un resultado que no nos gusta, decir que el pueblo es tonto, que se ha equivocado, que son todos unos ignorantes y que tú eres más listo. No estoy de acuerdo.
Este tipo ha ganado porque le han votado, no ha ganado de la nada ni por arte de magia. Habrá qué pensar porqué la gente vota a un tipo populista, demagogo y estrafalario. Tal vez esa gente está harta de la política tradicional, busca personajes que no sean del establishment, que dicen lo que ellos quieren oír y les agrada los oídos. Tipos normales que han sabido hacerse eco de la desafección, del desencanto, del hartazgo de la población con los políticos tradicionales y han votado a un tipo estrafalario (Trump) por darle el guantazo al político tradicional (Clinton). Es la forma que tienen de protestar. Pero no nos equivoquemos, la gente vota lo que le da la gana y no atiende a patrones de conducta preestablecidos. No olvidemos que Trump ha ganado teniendo en contra a casi todo el partido republicano y a casi todos los medios de comunicación. Y aún así ha ganado porque se ha sabido hacer eco del descontento del americano medio e incluso de votantes emigrantes y mujeres.
Haciendo la comparación con España, es evidente que aquí el populismo atenuado se ha teñido de izquierda no ya en Podemos, sino en la figura de Pablo Manuel Iglesias Turrión, un encantador de serpientes que dice al oído lo que la gente quiere escuchar, que se sitúa al margen del sistema (como Trump) y que trata de engatusar insultando y culpando a las llamadas élites financieras de la crisis del ciudadano medio. Igualito que Trump. Sólo que aquí no va a obtener el mismo resultado porque la gente lo ha calao y porque su figura despierta más rechazo que acogida, sobre todo en una derecha que se une frente al lobo populista. Es lo que ha pasado en las dos elecciones que hemos tenido. La polarización, extremización y radicalismo de Iglesias Turrión, deriva en la polarización de la derecha más reaccionaria de este país en torno a un personaje insulso como Rajoy. Los extremos se retroalimentan. La virtud está en el término medio y eso afortunadamente no lo comprende Turrión que se cree que está en una trinchera en el siglo XIX, principios del XX o en plena Revolución Rusa.
No me vale eso de que el pueblo se ha equivocado cuando no sale elegido lo que tú has votado, casi como tildando de tontos a los que no han votado lo que tú. Hay que avanzar en esa pobre argumentación, hay que reconocer qué hemos hecho mal para no obtener el respaldo mayoritario de la gente. Hay que superar la consabida y manida respuesta al cabreo que te produce no haber ganado.
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