

Ya no hay ciclistas de la raza de Hinault, capaces de protagonizar jornadas gloriosas de ciclismo, atacando desde lejos, demarrando y dejando atrás a sus rivales con una fuerza arrolladora.
"A Hinault le llamaban “el Caimán” y eso era por algo: resistía como nadie, tenía un genio de mil demonios y en cuanto te despistabas soltaba una dentellada. En la comparación con Merckx, Hinault mostraba la misma superioridad sobre sus competidores pero un mayor gusto por los titulares de los periódicos, por las gestas devastadoras. Así ganó la Vuelta a España de 1983 y de paso se destrozó la rodilla por la sierra de Gredos. Si para Merckx ganar era una cuestión de apetito, para Hinault era una cuestión de orgullo. Todo era algo personal. Su autoridad siempre tenía que imponerse, fuera y dentro del pelotón. El “patrón” por excelencia." Guillermo Ortiz. Jot Down.
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