
El cine tiene alrededor de 120 años de edad, y a lo largo de esa ya larga centuria, las historias y argumentos que se pretendían trasladar a la gran pantalla no solo eran originales sino que también se basaban en novelas e historias literarias de todo signo y condición, pues no en vano la literatura abarca ya más de dos mil años que tengamos constancia de los primeros textos escritos conocidos. La relación ha podido ser, como he dicho antes, tormentosa en la mayoría de los casos y en cualquiera de ellos no nos deja indiferentes. El cine, lo que ha hecho ha sido poner cara a los personajes que leíamos ávidamente y previamente hojeando los libros.
Así, por ejemplo, no nos imaginamos a otro Guillermo de Baskerville que no tenga las facciones de Sean Connery, o a otro Adso de Melk, que no tenga la cara de Christian Slater en la sensacional El nombre de la rosa del semiólogo italiano Umberto Eco. Así también por ejemplo, no nos imaginamos otro Hannibal Lecter que no tenga las facciones del gran Anthony Hopkins que lo representó, por partida triple, en el cine.
Como ya he dicho, son innumerables las alusiones que se pueden hacer al cine y la literatura. Voy a citar unas cuantas por parecerme significativas por su extraordinaria adaptación a la gran pantalla.
Robert Bolt era el habitual guionista de las películas de David Lean. En 1965 adaptó una novela del ruso Boris Pasternak que había sido censurada por las autoridades soviéticas. Esa novela era Doctor Zhivago. Ganó el Óscar ese año al mejor guión adaptado, hazaña que conseguiría repetir al año siguiente esta vez con Un hombre para la eternidad.
Horton Foote adaptó la novela de Harper Lee, Matar a un ruiseñor y esa adaptación fue premiada con el Óscar al mejor guión original. No era para menos. La imagen de Atticus Finch será siempre la de Gregory Peck.

Muchos escritores actuaron como guionistas en películas que adaptaban muchas de sus obras. Es el caso de Tennessee Williams con Un tranvía llamado deseo o La rosa tatuada.
Repito. Son muchos los ejemplos que podemos dar. He dado una pincelada tan solo.
Y en el cine español sólo voy a citar cuatro adaptaciones que me parecen significativas. En 1964, un director novato llamado Miguel Picazo se atrevió con una adaptación de la novela de Miguel de Unamuno La tía Tula. Cosechó las mejores críticas.

En 1987, José Luis Cuerda adapta la novela de Wenceslao Fernández Flórez, El bosque animado, de la mano del gran Rafael Azcona, probablemente el mejor guionista de la historia del cine español. Obtuvo muy buenas críticas tanto de crítica como público.
Y por último quiero citar a Pilar Miró. En 1996, la grandísima Pilar Miró se atrevió a adaptar un clásico de nuestra literatura del Siglo de Oro. Se atrevió con El perro del hortelano, de Lope de Vega. El guión fue de ella y Rafael Pérez Sierra y en verso, lo cual tiene su mérito. La película consiguió 7 premios Goya, incluido el guión adaptado.
En España tenemos literatura para dar y tomar, sobre todo en nuestro Siglo de Oro, con los autores clásicos y es curioso que no ha habido muchas adaptaciones de nuestros clásicos. Recuerdo así a bote pronto, 2 o 3 adaptaciones de El Quijote (Rafael Gil o Manuel Gutiérrez Aragón), otras 2 o 3 del Lazarillo de Tormes (García Sánchez), otras 2 de La Celestina (Fdez. Ardavín y Gerardo Vera), pero nuestros directores no han sabido, no han querido o no han podido adaptar las innumerables obras, muchas de ellas maestras, de nuestros clásicos del siglo de Oro, llámense Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Góngora o Quevedo.
¡Feliz día del libro!
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