Poco más puedo añadir a los elogiosos obituarios que hoy pululan por todos los medios acerca del fallecimiento de David Bowie. Era un personaje peculiar, como dirían en la gran One flew over the cukoo's nest. Por lo que a mí respecta no he seguido fielmente su trayectoria musical. Sus éxitos datan más bien de los setenta. Me llamaba la atención ese glamour que le rodeaba, el hecho de que tuviera un ojo de cada color, el hecho de que le llamaran el duque blanco o sus esporádicas participaciones en cine. Recuerdo su participación en Dentro del laberinto (1986, Jim Henson) junto a una Jennifer Connelly adolescente en una película del género fantástico realizada por el creador de Los Teleñecos. Y no me acordaba que había interpretado a Poncio Pilatos en la polémica La última tentación de Cristo (1988, Martin Scorsese).
Veo que también intervino en otras películas como El ansia, Feliz Navidad Mr. Lawrence, Basquiat, Boys don't cry o Zoolander. Fue un personaje glam, variopinto, inclasificable, transgresor, que pasará sin duda a los anales de la Historia de la Música por innovar en estilos.
De su música me quedo con una canción que me llamó la atención en los ochenta: China girl, del album Let's dance, 1983. Que la tierra le sea leve.
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