Leo la entrevista a Karra Elejalde en EL PAIS SEMANAL del 24 de enero y me llama la atención que se haya montado una polémica por las declaraciones de este actor respecto a la política de fichajes del Athletic (no Atlético) de Bilbao: "Ahora van a ser vascos hasta los riojanos y los de Toledo, no diganos los navarros. En ese equipo juega gente de varias comunidades (...) Me parece un poco peregrino que hagan eso si su sello es el personal de Euskadi.
Sin entrar en connotaciones políticas de tipo nacionalista, que no creo que sea ese el propósito de Karra, lo que afirma Elejalde es del todo cierto. Muchos jugadores de este Athletic son originarios de otros lugares fuera de Euskadi, desobedeciendo así la tradicional política de este club de nutrirse solo de jugadores de origen vasco. En concreto actualmente, el Athletic cuenta con 6 navarros (Iraizoz, Gurpegui, San José, Eraso, Muniain y Raúl García), un francés (Laporte) y un riojano (Viguera). A mi me parece bien que la entidad amplíe nuevos horizontes, pero entiendo al aficionado león de pura cepa, como se siente Karra Elejalde, que quiera conservar la esencia inmutable de ese club a lo largo de su historia, ya digo, sin entrar en valoraciones nacionalistas o políticas que todo lo degradan y sin entrar en maniqueísmos absurdos que todo lo manipulan.
Hay que reconocer el mérito del Athletic de ser uno de los tres equipos que nunca en la historia de la Liga han descendido a Segunda División. La cantera de Lezama ha sido el bastión donde se ha nutrido y se nutren los leones de San Mamés. Recuerdo en los ochenta cuando el Athletic ganó dos ligas que exhibía con orgullo la bandera de haber triunfado solo con jugadores de la casa, la mayoría vizcaínos, de la provincia. Era su seña de identidad.
Cuando pasan los años y llega a España la norma del tercer extranjero o incluso la norma de los fichajes comunitarios, el Athletic tiene que buscar otras alternativas para poder mantener su sello. Los nuevos tiempos pudieron con el vecino, la Real Sociedad, que empezó a fichar extranjeros en 1989, con la marcha de sus figuras Bakero y Beguiristain al Barcelona o la retirada de mitos como Arconada y Zamora, y ante la disyuntiva de seguir con la cantera o reforzarse con foráneos para intentar mantenerse en la élite optaron por esta segunda opción.
Sin embargo, el Athletic en los noventa decide continuar con la política de cantera y hay años que lo pasa bastante mal para mantenerse en Primera. Sí es cierto, que recurre a algunas trampillas etimológicas. Ya no se fijan tanto en la política de vizcaínos porque no los pueden producir con la fecundidad y éxito de antaño, sino que salen de la provincia a pescar en el caladero vecino de la Real, en caladeros guipuzcoanos o alaveses. Y así vemos los casos de fichajes, de Loren (que es de Burgos), Alkiza, Etxeberría, Lasa o Imaz que llegan al Athletic procedentes de su eterno rival guipuzcoano. Y en el banquillo, pues también abren las puertas a conocer otros mundos aparte de los vizcaínos. Empezaron con el austríaco Senekowitsch en los primeros ochenta, pero continuaron con el británico Howard Kendall, mediados los ochenta, o el francés-gaditano Luis Fernández, mediados los noventa, o el alemán Jupp Heynckes en dos etapas, o incluso ya en este siglo, el sevillano Joaquín Caparrós, todo ello también poblado de las "trampillas" de los navarros que han poblado los últimos años la plantilla, léase Urzáiz, Ciganda, Ezquerro, Javi Martínez, muchos de ellos provenientes de la cantera de Osasuna, entre otros o algún vasco-francés llámese Lizarazu o algún riojano ilustre como Fernando Llorente.
Era y es la forma que el Athletic tiene de sobrevivir en la Primera División con garantías. Si sólo se nutriese de futbolistas vizcaínos, o ampliando más a todo el País Vasco, sus posibilidades de supervivencia en primera serían bastante difíciles.
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