El anuncio de la dimisión o renuncia del Papa Benedicto XVI, señor Joseph Ratzinger, es algo sorprendente en un mundo tan hermético y cerrado como el de la curia vaticana. Es un hecho histórico porque nadie dimitía de la silla de Pedro desde principios del siglo XV. ¡Cómo estará de harto el alemán para renunciar a la silla papal! Ratzinger ya no es lo que era.
A mí me sorprende porque Ratzinger yo lo tenía, antes de acceder al papado, por el inquisidor general, no en vano fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, martillo de los teólogos de la liberación y conservador a ultranza de las viejas esencias católicas. Su papado ha sido vacuo, ramplón, decepcionante y anodino. Ha sido un papa que se ha encerrado en Roma y no ha hecho evangelización como su predecesor, que no hacía más que viajar.
El anuncio de dimisión es sorprendente porque indica hasta cierto punto el nivel de corrupción dentro de las entrañas mismas del Vaticano. Los cuervos se han salido con la suya. Han conseguido echar al vetusto papa al cual manejaban como a una marioneta. Es evidente que el escándalo habido de su mayordomo y el robo de documentos ha hecho mella en la salud y firmeza del alemán.
¿Y ahora qué? Pues ahora a poner en marcha las intrigas y las conspiraciones. Pues probablemente elegirán a un italiano, para que todo quede en casa y todo siga igual. Ya es hora de dejarse de aventuras de elegir a papas fuera de Roma, de la Europa del Este. Esto es lo que debe pensar la vieja guardia, guardiana fiel de las viejas esencias. Mientras siga en manos de ancianos clérigos la posibilidad de elegir al cabeza de la Iglesia, esto no cambiará.
La Iglesia cambiará cuando elijan como sucesor de Pedro a una mujer o a un teólogo de la liberación. Alguien que se alinee con los que menos tienen, una persona joven, dinámica y abierta al mundo. Entonces empezaremos a creer en que la Iglesia es de base y de los que menos tienen.
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