La desdichada Eco se enamoró de Narciso y no fue correspondida. Mientras ella moría llena de aflicción, el joven vanidoso se consumía embelesado por su propia belleza. Eco era una ninfa parlanchina a la que Hera condenó a reproducir sólo la última sílaba de todo lo que se dijera a su alrededor. Para completar su desdicha, la ninfa se enamoró de Narciso, bello hijo de la ninfa Liríope. Como sólo podía repetir el final de sus palabras, Narciso la desdeñó, tras lo cual ella se consumió de pena en su cueva. Pero Némesis se ocupó de que Narciso tuviera su merecido castigo: al ver su imagen reflejada en un estanque, el joven se enamoró de sí mismo, y murió admirándose en las aguas.
Cuenta el mito que Eco era una joven ninfa de los bosques, locuaz y alegre, con cuya incesante charla se distraía Hera, esposa de Zeus. Éste, aprovechando que su celosa mujer estaba entretenida, programaba sus encuentros extraconyugales en los momentos en que Eco se entregaba al parloteo. Pero Hera se percató de la trampa y llena de furia se encarnizó con la ninfa. Limitó la capacidad de hablar de Eco a la repetición final de las frases ajenas, por lo cual la ninfa se recluyó en una cueva lejana.
Narciso, por su parte, era el agraciado hijo de la ninfa Liríope. Sobre él pesaba un vaticinio del adivino Tiresias desde su nacimiento: ver su propia imagen reflejada sería su ruina. Por esa razón, su madre desde entonces había evitado que tuviera contacto con espejos y otros objetos capaces de reflejarlo. Así, Narciso se hizo cada vez más hermoso conforme crecía pero sin ser consciente de ello, y mientras las jóvenes quedaban prendadas de su apostura él no entendía por qué lo miraban.
El muchacho disfrutaba dando largas caminatas, sumido en sus cavilaciones. En uno de esos paseos llegó cerca de la cueva en la que Eco se había retirado. Cuando la ninfa lo vio quedó impactada por su belleza, pero no tuvo valor para acercarse y se limitó a observar. Sin embargo, como Narciso convirtió la ruta que había seguido ese día en uno de sus paseos habituales, Eco comenzó a esperarlo a diario y a seguirlo a distancia, tratando de no ser vista. Pero un día, finalmente, hizo ruido al andar y eso advirtió de su presencia a Narciso, que detuvo la marcha y se quedó esperándola. Al ser descubierta Eco entró en pánico, más aún cuando Narciso le dirigió la palabra, y maldita como estaba, no pudo hacer más que repetir el final de sus frases.
Entonces solicitó ayuda a los animales para que le explicaran al joven que ella lo seguía porque estaba enamorada, a lo cual Narciso respondió con una carcajada limpia. De modo que Eco se retiró a su cueva, y consumida de pena se quedó quieta hasta convertirse en parte de la piedra que la rodeaba. Al ver esto, la diosa Némesis decidió castigar a Narciso.
Primero lo encantó para hacerle sentir una sed brutal. Así, cuando Narciso se acercó al río a beber vio su imagen reflejada y haciendo realidad la predicción de Tiresias, quedó cegado por su belleza.
Algunas versiones dicen que murió de inanición, ocupado eternamente en contemplarse. Otras, que para reunirse con su imagen se lanzó al agua y murió ahogado. En ambos casos, tras su muerte brotó una flor que en su honor se llamó como él: Narciso.
Grandes historias de la mitología
P.D. Cualquier parecido, concomitancia o semejanza de esta preciosa historia con la actualidad política existente en España, y más concretamente con un amado líder, es pura coincidencia.
P.D. Cualquier parecido, concomitancia o semejanza de esta preciosa historia con la actualidad política existente en España, y más concretamente con un amado líder, es pura coincidencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario