Volviendo a los mundiales de atletismo que se están disputando en Moscú, en el ecuador de la prueba, voy rescatando pequeñas historias de atletas no tan famosos que pasan desapercibidas para el gran público pero que para mí son totalmente trascendentes. Quisiera destacar a una atleta, a la jamaicana Shelly-Ann Fraser-Pryce, la chica del doble nombre y doble apellido, pero quisiera destacarla por algo más que su triunfo en los 100 m. No sé qué pasa con las pequeñas pero están causando sensación.
Normalmente cuando uno ve las finales se fija en los participantes y observa muchas cosas. Por lo general, todos los atletas están concentrados momentos antes de la final, con cara de pocos amigos, prácticamente todos más serios que un palo cuando les presentan por megafonía. Pero, hete aquí, una excepción. Y es el caso de la jamaicana, Shelly-Ann Fraser-Pryce. En el momento de su presentación, esta señora exhibía una sonrisa dulcísima y apabullante que iluminó el Luzniki Stadio, que ya de por sí lleva luz en su nombre. Ya sólo por eso merecía ganar la carrera. Cuando ves a una atleta alegre, jovial y de sonrisa fresca, no forzada, piensas que esa persona es así en la vida real y te contagia su entusiasmo. A partir de ahí, me ha ganado para la causa. Si después hace una carrera espectacular y gana a lo Usain Bolt con 10.72s, con una superioridad aplastante sobre sus rivales, el éxito es total. Shelly-Ann es la antítesis de Usain en cuanto a estructura. Es una atleta menuda, pequeña pero con una fuerza abismal. Y eso sí, su sonrisa me ha conquistado por su frescura y optimismo. Bravo Shelly-Ann.
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