cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su marmol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
En vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
Más actual que nunca parece este poema de Antonio Machado del que data casi un siglo de existencia. Pocas cosas han cambiado en este país.
Próximos a asistir al estreno de la secuela treinta y cinco años después de la mítica Blade Runner, al que espero con cierta cautela y precaución (ya se sabe que nunca segundas partes fueron buenas salvo El Padrino parte II) y del que daré cumplida respuesta próximamente, me dispongo a reflexionar un tanto acerca del monotema, de la actualidad circundante de la que no es ajena tampoco el mundo del deporte al que tanto hago referencia en este blog. Estamos viviendo tiempos convulsos, tiempos retrógrados que creíamos ya superados pero que siempre vuelven. Es lo que tiene este país de pandereta.
Lejos del mundanal ruido como estoy desde hace tiempo, asisto atónito y estupefacto a la guerra de los mundos. Un señor que parece que lleva una fregona en la cabeza se dispone sin encomendarse a Dios pero sí al diablo a declarar la independencia de una parte del territorio de este país amparándose en el supuesto apoyo masivo obtenido en una pantomima de referéndum celebrado de forma chabacana y saltándose la ley, a la que tanto aluden, de manera insultante.
Por otro lado, Don Tancredo, el de "dejad hacer dejad pasar" como estilo de vida, piensa que el tiempo lo cura todo y que todo pasará y ahí está fumándose un puro en el sofá, tal como lo dibuja el gran Peridis, esperando al que el de la fregona en la cabeza se decida a romper la cuerda de una vez por todas.
Soy antinacionalista por definición. Aborrezco los nacionalismos, llámense como se llamen (español, catalán, vasco o gallego). En un mundo globalizado en el que las fronteras tienden a desaparecer parece una grosería de burdo calibre el establecer fronteras dentro de otras fronteras. Aborrezco los extremismos y los radicalismos absolutos tan tendentes en esta época que nos toca vivir.
Hay un artículo de la Constitución que me impresiona sobremanera. El 3.3 viene a decir que la riqueza de las distintas modalidades lingüisticas de este país es un patrimonio cultural que será objeto de especial protección. Pues bien, no sabemos utilizar la diversidad y la variedad cultural que ofrece este país si no es enfrentándonos unos contra otros. Es el eterno dilema de esta piel de toro a lo largo de su historia. Entre nosotros mismos nos enfrentamos cuando en la variedad reside nuestra idiosincrasia y nuestra convivencia.
También es cierto que la mediocridad es la seña de identidad de los políticos que nos han tocado en estos momentos convulsos. Nunca la clase política ha sido tan mediocre no, tan mala y vulgar como en los tiempos presentes. No miramos más allá del presente. La inteligencia es cortita en todos, de uno y otro signo y distinción. No hago distingos. Es una pena, pero lo siento así.
Al final todo se reduce a un problema de dinero. Josep Borrell decía en Los cuentos y las cuentas de la independencia que el problema global de Cataluña se reducía a un déficit de cuentas de unos 3000 millones de €. Tanto fastidiar para que al final se reduzca todo a 3000 millones de €. Claro todo esto, bien alimentado y publicitado por los medios afines, bien regado a lo largo de los años hace que se cree un caldo de cultivo propicio para una quimera que no tiene sentido ni viso de realidad.
Pero entre todos se ha ido engordando a la bestia. Ya sea por inacción o por dejación, un monstruo viene a verme.
Y ahora aparece la testiculina y la testosterona por todas partes. Es algo muy español. No vamos a cambiar nunca. Uno no es más español por llevar una banderita en la muñeca o llevar la bandera más grande que nadie. Lo mismo que uno no es más catalán por poblar de esteladas todo el territorio. Los que se envuelven en banderas son incapaces de ver más allá de sus fanatismos y de sus intransigencias. La virtud está en el término medio. Uno es más español por pagar impuestos en su tierra (no somos suizos o andorranos), por convivir buenamente con gente de distinta naturaleza y condición, por buscar el consenso y el acuerdo y por respetar todas las identidades, costumbres, culturas que pueblan este país.
Si un señor se salta la ley se le reconviene, se le llama al orden y si no obedece ni atiende a razones, se le aparta del cargo, se le destituye administrativamente hablando pero sin estridencias ni alborotos ni jaleos. Veremos qué ocurre en este circo
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