Cuando llegan estas fechas nos inundan los teléfonos con infinitos mensajes de felicitaciones navideñas, los que han sustituido a los antiguos christmas, todos ellos babosillos y lacrimógenos, a más no poder. Yo siempre apuesto por lo clásico, la mejor fábula que se ha hecho sobre la Navidad en este país, nuestro ¡Qué bello es vivir! particular. Me refiero a Plácido, de Luis García Berlanga, del año 1961. No pasan los años por esta maravilla del séptimo arte, que mantiene su frescura, su irreverencia y su actualidad. Este señor es un contumaz.
El argumento es el siguiente. En una pequeña ciudad de provincias, un grupo de beatas aficionadas a practicar ostentosamente la caridad organizan una campaña navideña bajo el lema “Siente un pobre a su mesa”. Con el fin de apoyar la iniciativa se busca el patrocinio de una marca de ollas y se invita a un grupo de artistas de segunda fila llegados ex profeso de la capital y recibidos con entusiasmo en la estación de tren. La humanitaria jornada se completa con una colorista cabalgata, una subasta pública de los convidados y una cuidada retransmisión radiofónica.
El encargado de organizar esta fastuosa cadena de eventos es Quintanilla, quien ha contratado para la ocasión a Plácido, un pobre hombre que debe cooperar con el motocarro que acaba de adquirir y aún no ha empezado a pagar. La trepidante actividad en que se ve envuelto Plácido le impide abonar a tiempo la primera letra de la compra del vehículo, que vence esa misma noche. A partir de ese momento, el hombre intenta por todos los medios encontrar una solución a su problema, mientras se ve zarandeado de un lugar a otro, envuelto en una serie de inesperados incidentes, entre los que destaca uno especialmente embarazoso. Un mendigo sufre una angina de pecho durante la cena, por lo que la comitiva organizadora debe trasladarse al domicilio que lo acoge. Una vez allí, descubren que el moribundo vive en concubinato con otra indigente y deciden improvisar una boda para que la muerte no le sorprenda en pecado, tras la cual el motocarro de Plácido es de nuevo requerido para trasladar al fallecido a la casucha donde malvivía.
Ácida, crítica y con sarcasmo, esta película constituye una sátira sobre la falsa caridad y la hipocresía humana. Magníficos planos secuencias, habituales en toda la filmografía de Berlanga y el guión escrito a cuatro manos (entre ellas Berlanga y Azcona) es sencillamente fantástico. Es una secuencia constante de un reparto coral, de personajes entrando y saliendo en escena, hablando todos juntos. Con ello Berlanga pretende denunciar la incomunicación de nuestra sociedad. Todo el mundo habla y nadie escucha.
El elenco de actores es impresionante. España ha tenido un arsenal de secundarios impresionante. Cassen debutaba en el cine con esta película y menudo estreno como protagonista. López-Vázquez está maravilloso como Quintanilla el de la serrería. Pero es que no podemos obviar a Manuel Aleixandre (con esa voz tan característica), Amelia de la Torre (la beata organizadora de la cabalgata), Elvira Quintillá (la mujer de Plácido), José Orjas (el notario), Julia Caba Alba (la Concheta) y tantos y tan buenos actores y actrices que inundan con maestría esta obra de arte.
La coplilla final que se canta después de que el dueño de la cesta llame a la familia de Plácido desgraciaos, que sois todos iguales, es antológica. Mejor no se puede hacer. Un gol a la censura por la escuadra. Y como dice Julio Llamazares, esta película debería ser de emisión obligada en las televisiones españolas por Navidad.
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