La selección de Lituania dio ayer la sorpresa al ganar a Serbia la segunda semifinal del Campeonato de Europa de Baloncesto que se disputa en Lille por 64-67. La cara de Sasha Djordjevic era todo un poema cuando vio que Bogdan Bogdanovic fallaba una canasta cantada a falta de cuatro segundos. Creo que Lituania es inferior a Serbia pero ya se sabe que no hay enemigo pequeño. Esto es bueno para España, aunque no debe confiarse. En teoría, jugador por jugador, España es superior, pero ya vimos ayer que los lituanos ganaron a Serbia dominando casi todo el partido. Lituania hoy es Jonas Valanciunas. No hay más, pero no va a ser fácil porque Jonas Kazlauskas es un viejo zorro y se las sabe todas. Analicemos la historia del baloncesto lituano.
En Lituania, un país de poco más de 3 millones y medio de habitantes, el baloncesto es religión. No olvidemos que esta república báltica fue el buque insignia de la selección de baloncesto de la todopoderosa URSS allá por los ochenta. Su columna vertebral la formaban gente como, Sarunas Marciulionis, Valdemaras Homicius, tiradores de la talla de Rimas Kurtinaitis o Sergei Iovaisha y un armario ropero de 2,20 m llamado Arvydas Sabonis, todos ellos procedían del no menos mítico Zalgiris Kaunas, el club emblemático del baloncesto soviético y lituano de los últimos 35 años. Cuando consiguieron la independencia en 1991, llegaron a los JJ.OO. de Barcelona con una selección grandiosa que consiguió el bronce enfrentándose precisamente a su antigua madre patria que competía bajo un eufemismo con el rebuscado nombre de Comunidad de Estados Independientes, los restos de la URSS. A Lituania le ocurrió lo que a Croacia con la desmembración de Yugoslavia en varias repúblicas balcánicas, que con la independencia superaron a sus antiguas madres patrias.
A partir de los noventa, Lituania se hace imprescindible en cualquier evento baloncestístico que se precie y consiguen de hecho 3 medallas consecutivas de bronce olímpicas en el 92, 96 y 2000, de la mano de otro histórico del baloncesto soviético, Vladas Garastas, y del actual seleccionador, Jonas Kazlauskas, con los ya aludidos jugadores y otros nuevos como Karnisovas, Stombergas y el gran Saras Jasikevicius.
Ya en el siglo XXI, comienzan ganándonos el Europeo de Suecia de 2003, y están siempre peleando por los puestos de honor de Europeos, Mundiales y Juegos Olímpicos. Consiguen un 4º puesto en los Juegos de Atenas 2004, un tercer puesto en el Europeo de España en 2007 y un tercer puesto en el Mundial de Turquía de 2010 hasta llegar al último Europeo de 2013 de Eslovenia donde fueron subcampeones. En definitiva, Lituania es una selección competitiva mil por mil en baloncesto.
Como ya dije en un post anterior, Lituania acudía a este Europeo, con muchas bajas, ya sean decisión técnica o voluntad personal. Falta gente como Martynas Pocius, Simas Jasaitis, Linas Kleiza, Donatas Motiejunas o los hermanos Lavrinovic. Y aún así se han plantado en la final. Bien es cierto, que tenían un grupo asequible, donde a pesar de todo han ganado cuatro partidos por la mínima y perdieron uno, también por la mínima, con Bélgica. Eso sí, a partir de octavos espabilaron, y ganaron a Georgia, a Italia en cuartos de diez puntos, su mayor diferencia en todos los partidos del Europeo y ayer de forma sorpresiva a la gran Serbia.
Es curioso. Se da la paradoja que dos selecciones que han acudido a este Europeo con innumerables bajas y sufriendo en la fase de grupos, como son España y Lituania, han llegado a la final y se van a disputar el campeonato. Mientras que otras como Francia o Serbia, que acudían con todo o casi todo, y algunas tenían el viento a favor jugando en casa, no han podido llegar a la final. Se han quedado a las puertas. Cosas del baloncesto que hacen imprevisible este deporte.
España es favorita. No hay que negarlo. Ha ido de menos a más, sorpresivamente en este Europeo y solo le falta rematar la faena en la final y conseguir su tercer título de Campeón de Europa. En Lituania, a quién hay que vigilar es a Jonas Valanciunas, el pivot de los Raptors, y en segundo término a tiradores de la talla de Kalnietis, Seibutis, Maciulis, el jugador del Madrid, y Kuzminskas, el alero de Unicaja. Y no tienen nada más. Suelen jugar con siete u ocho jugadores máximo. Si hubieran acudido los que he citado antes, esta selección sería temible y muy difícil de ganar. España tiene una oportunidad histórica que no debe desaprovechar. Favoritismo pero con cautela porque el baloncesto puede llegar a ser como los designios del Señor, inescrutable.
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