Leo el reportaje sobre Chad de Maribel Marín en EL PAÍS SEMANAL del 25 de octubre y me asombra la capacidad de acogida por parte de sus habitantes por si no tuvieran ya bastante con el terrorismo, la corrupción o la pobreza congénita que lastran a este país centroafricano. Digo lo mismo que decía sobre el reportaje que se hizo sobre Sudán del Sur hace unos meses en esta misma revista. Parece que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Parece que los problemas solo existen cuando vemos que salen en portada de los grandes medios de comunicación. Pero los problemas están ahí y la población de Chad, al igual que la mayoría de países africanos, sufre y padece la miseria, el hambre, las guerras, el terrorismo y las catástrofes naturales. Como de esto no se habla, parece que no existe o tal vez no queremos verlo.
La lección que da Chad es grandiosa. Cuando en la Europa próspera mendigamos migajas por ver cuántos refugiados del conflicto sirio acoge cada país, Chad acoge en su territorio a más de 600.000 desplazados que huyen de las guerras de los países vecinos. Por si no tuvieran ya bastantes desgracias propias los habitantes de Chad, acogen generosamente a todo tipo de refugiados, huidos, desplazados. A destacar también la labor encomiable sobre el terreno de Ong's que construyen pozos o impulsan programas agrícolas. Increíble. El cuarto país más pobre del mundo cuya población vive con tres euros de media al día no tiene problema en compartir esos tres míseros euros con los que llegan. Toda una auténtica lección de los pobres a los ricos es la que da la República del Chad.
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